Una vez que
pruebas lo dulce y confortante que es esa sensación, no puedes dejar de buscar
más para saciar una sed inagotable de felicidad falsa. Desde el momento en el
que ingresa a tu cuerpo, ya debes anticipar que será un viaje lleno de
emociones y sentimientos jamás experimentados. Pero que también estará
compuesto por dolor y llanto. Que tristeza.
Sonreírle a
la situación es una forma de enmascarar las lágrimas que nublan tus ojos y
empapan tus mejillas. Donde el más fuerte puede ser el primero en caer, es a
donde viven los que sufren por entregar todo y no recuperarlo. Abrazar a las
espinas es cuestión de tiempo para el desesperado que no encuentra la luz de su
oscuridad. Buscar no lo resuelve. Y esperando se nos pasa la vida. Se puede
respirar una venenosa incertidumbre que te marea hasta dejarte tumbado entre
las sabanas mirando el techo repitiéndote una y otra vez: ¿Por qué?
Hoy es un nuevo día para sonreír.
MENTIRA. Hoy es un nuevo día para volver a vivir el desamparo de la soledad que
te acompaña todo el tiempo. Sentarse a pensar en que podría haber pasado si las
decisiones eran distintas, es dejar pasar las horas revolviendo lo que nos
lastima. Pero olvidarlo y no pensar en ello sería ignorar nuestra experiencia
sin pensar en que si vuelve a suceder cometeremos los mismos errores. O tal vez
solo sea dejar que la herida se cure sola. ¿Y sí eso no pasa? ¿Sí morimos
desangrados por una pequeña abertura? ¿Será eso posible? Tantas preguntas y
pocas respuestas son las cotidianidades de esta experiencia que vulgarmente
llamaremos “Soledad confusa”